Debemos ser conscientes de los efectos a largo plazo para la salud de todos los trabajadores. Cabe esperar reducciones de personal, no sólo como consecuencia de la infección por el COVID-19 , sino también a raíz de la tensión, la frustración y el aislamiento. También es previsible que se produzcan amplias desigualdades en materia de salud provocadas por la pandemia y la recesión económica. La salud mental de los trabajadores del sector sanitario podría verse afectada adversamente como consecuencia de su elevada carga de trabajo durante la crisis. La salud metal de los profesionales que trabajan en oficinas podría padecer los efectos del aislamiento y de la cuarentena. Y, por último, la inseguridad laboral y la pérdida de ingresos podrían provocar problemas de salud mental a trabajadores y obreros.
No obstante, es posible adoptar medidas para evitarlo. En pandemias anteriores, seguidas por una recesión económica, se puso claramente de manifiesto que los países que invierten en protección social, fomentan programas al respecto y brindan oportunidades de empleo suficientes pueden mitigar los efectos de la crisis que provocan las pandemias en la salud mental.
A raíz de su sobrecarga de trabajo durante esta crisis, los trabajadores del sector sanitario necesitarán tiempo para recuperarse, a medida que los servicios sanitarios retomen su actividad normal. Es importante que las personas que hayan trabajado a distancia desde su hogar durante la crisis se preparen mentalmente para regresar al trabajo. Ese grupo de personas podría mostrarse reticente a retomar al trabajo por temor a un mayor riesgo de contagio o a un futuro profesional incierto. Por último, cabe destacar los trabajadores, una gran parte de la población, que han perdido su empleo, desarrollan su labor en jornadas reducidas, o deben afrontar graves restricciones salariales.